24 de noviembre de 2010

In vino veritas


La otra noche cené en la Toscana.

Fue una noche verdaderamente sorprendente. Él estaba fantástico y yo me sentía como esas niñas cuando se visten de princesas. Era un sueño en un castillo y el era mi príncipe.
Aquella cena de composición perfecta fue acompañada por un buen vino tinto.
Era un Ornellaia del 86.
Un menú de lujo, propio de un banquete de cuento de hadas, con generosidad como entrante, misterio de segundo plato y dulces toneladas mágicas de postre.
Una chica con gorro de paja nos observaba desde el interior de un cuadro. Parecía querer compartir la velada con nosotros. Tan expectante, tan real e irreal al mismo tiempo…
Yo no conseguía borrar de mi cara una perpetua sonrisa de enamorada, para mí, todo allí parecía nuevo y era esa incertidumbre la que daba rienda suelta a una vergüenza típica de primera cita adolescente.
-La primera cena realmente romántica en mi vida– Pensaba.
Y al instante mis mejillas se sonrojaban.
No podía dejar de mirar el cuadro, al parecer aquella chica comprendía lo que sucedía dentro de mí y sonreía conmigo.
Sigiloso y entregado, él me ofrecía una copa más de vino. Su mirada me tranquilizaba, sus palabras eran aquellas que siempre había estado buscando.
Lo miraba e imaginaba que era una de esas poesías de amor, que años, décadas e incluso siglos atrás, habían formado parte del legado del romanticismo. Él era la personificación de todas esas palabras ya escritas por otros y utilizadas por muchas almas mudas que no sabían como pronunciar una pasión bañada en grados de alcohol y pulpa de viña.
Y mis divagaciones de miradas clavadas creaban situaciones irrealistas, donde él era poema y yo coleccionista de historias en verso. Deseaba agarrarlo, flexionar sus articulaciones de papel, doblar su cuerpo impregnado en tinta, hasta alcanzar la forma de una carta y así, sellarla con el rojo carmín de besos y llevarlo siempre conmigo en mi larga andadura por el mundo.
Ella estaba de acuerdo y bailaba al son de una traviata en un prado de manzanos.

-Parece como si nos conociera.
-¿Quién?
-Aquella chica en el campo, la del sombrero de paja.
-Ah, la pintura. Recuerdo haber visto ese cuadro toda mi vida y siempre en el mismo sitio. Pero es curioso, la recordaba más alta.
-Es preciosa… ¿No crees?
-Nada comparada a ti. ¿Más vino?

Besó mi cuello y mis ojos se cerraron. Un beso dulce y calmado…

-Podría ponerse celosa.
-¿Cómo dices?
-La chica del cuadro, creo que podría ponerse celosa por tus besos.
-¿Pero que mosca te ha picado con el cuadro? Olvida el cuadro, olvida a la chica y olvida todo lo que pueda interponerse entre tú y yo esta noche.
-No puedo.
-¿Por qué? ¿No me deseas?
-Sí, mucho. Eres genial, la noche esta siendo estupenda y además estas muy guapo, pero…
-Pero nada. Tú también estás muy guapa. Eres preciosa y me encantas, así que olvídate de todo y tan solo déjate llevar, ¿Vale?

Cerré nuevamente los ojos y como él dijo, me dejé llevar.
Mi mano, que reposaba sobre la mesa, tomó contacto con la suya al acariciarme. Sonreí. Tomó suavemente mis dedos y me guió a seguirlo. Me levanté y sin abrir los ojos, caminé tras él cogida de su mano.
Me llevo a otra parte de aquella hermosa casa, herencia familiar. Al parecer, siempre había sido uno de esos caserones italianos donde acostumbraba a vivir toda la familia. Techos altos y amplias habitaciones. Ahora, él había convertido el palacete toscano en un grandísimo y precioso loft que parecía no tener fin.
Se paró y yo con él, sobre una enorme alfombra, que hacia las veces de cama, repleta de cojines de colores y atestada por infinitos velos de seda que nacían desde el techo para terminar muriendo en nuestros pies, donde descansaba mi cuerpo aun con ojos ciegos.
-Ahora ya puedes abrir los ojos.- Susurró en mi oído después de besar dulcemente mis labios. Y al abrirlos, allí estaba de nuevo. La chica del cuadro seguía clavando su mirada en la mía.

-No deja de mirarme.
-Yo tampoco.
-Mírala… ¡Tiene que significar algo!
-Es por el lugar donde está colgado, puede verse desde todos los rincones de la casa, por eso sientes la sensación de estar siendo siempre observada. Pero pensándolo bien… Mejor, mas morbo, así imaginaremos que tenemos público.

Se abalanzó hacia mí, tumbado parcialmente sobre mi cuerpo sin dejar de besarme, acelerando su pulso y su excitación por poseerme. Me escudé con mis manos, que presionaron su pecho y lo empujaron lejos de mí. Él no dijo nada. Yo caminé despacio e hipnotizada hasta aquel cuadro que no podía borrar de mi mente ni aun cuando mis ojos se cerraban.

-Vuelve a la cama, serviré un poco más de vino.
-Tengo que irme.
-¿Cómo? ¿Ahora? Pero si es muy pronto y tengo vino, mucho vino. Si no te gusta este podemos abrir otro, pero quédate un poco mas conmigo.

Me planté delante de él y acaricié su cara con las dos manos.

- ¿No lo entiendes? Ella intenta decirme algo. Mírala bien. Cuando he llegado a esta casa sus ojos sonreían, ahora a cambiado su expresión….Está triste, se siente tremendamente triste. A llegado la hora de irme, le incomoda mi presencia.
-In vino veritas.
-¿Cómo dices?
-Ese es el nombre del cuadro.
-¿Qué significa?
-Eso ya no importa. ¿No decías que te ibas? Pues márchate, necesito estar solo.
-Lo siento.
-Yo también. Y ahora por favor déjame a solas.

Salí de la casa con la sensación de que aquella frase ocultaba la clave de lo que la chica del cuadro intentaba decirme. Después de esa noche no volví a saber nada del guapo italiano que me regaló una noche mágica en la Toscana. Pero… ¿Y la chica? Durante los siguientes días, semanas incluso meses no conseguí bórrala de mi cabeza. Soñaba con ella, la veía bailando por mi habitación y repitiendo alegre - “In vino veritas. In vino veritas, ragazza”- Mientras yo permanecía encerrada en un cuadro. ¿Que significaba todo aquello?
Casi sin darme cuenta llegó el otoño. Había salido una mañana soleada y decidí pasar el día por el centro. Llegué hasta el café Lisboa donde solía acudir a tomar un capuchino bien caliente. No se parecía en nada a los que servían en los cafés de Italia pero yo me empeñaba en poder encontrar en alguno de sus sorbos un ápice de la magia que meses a tras me habían dando los rincones de las calles en la Toscana. Me gustaba el aire bohemio que soplaba aquella plaza donde Lisboa, Valencia y la Toscana se abrazaban y me envolvían en sus lazos para dejarme volar ente todas esas palabras de mis libros favoritos. Y en mitad de uno de mis sueños, desperté para volver por un momento a la vida real, cuando un camarero se acercó a mí y me dijo:

-¿Desea algo más?
-Oh, sí gracias. Otro capuchino bien caliente por favor. Y tome, cóbrese.
-No, ya está pagado.
-¿Perdone? ¿Como dice?
-Sí, aquella persona de esa mesa me dijo que le sirviese lo que desease, que corría de su cuenta.
-Mmmmm… Pues gracias…
-No, a mi no. Jejeje. Ya sabe a quien tiene que dárselas.

Miré sorprendida y curiosa hacia la mesa que el camarero había señalado. Pero allí no había nadie y mientras que hacía esfuerzos por crear una silueta para poder poner cara a la persona que había tenido ese detalle conmigo, una voz muy cerca de mí sonó:

-¿Puedo?
-¿Eh?
-¿Qué si puedo sentarme?

Y como si hubiese aparecido de la nada, una preciosa melena rubia sobre un cuerpo de escándalo con vestido largo color verde botella, estaba ya sentada en la misma mesa que yo.

-Hola me llamo Fabiola. Espero que no te haya molestado, hace un par de meses que he llegado a España y no conozco a nadie con quien compartir un café.
-No importa, me parece genial. Mi nombre es Luz y gracias por el capuchino.
-No, gracias a ti.
-¿A mi porque?
-Por no haber salido corriendo
(Ja ja ja ja ja) Reímos las dos.
-¿Eres italiana Fabiola?
-Si, así es.
-¡Vaya! Últimamente Italia esta en mi vida más presente que nunca… Y dime, ¿Qué haces por aquí?
-Mi familia tiene casa en España, así que he venido a pasar una temporada y visitar este maravilloso país. Hace una semana que pisé tierras levantinas y bueno…
Nos pasamos horas hablando sobre nuestros viajes, sobre literatura, Oscar Wilde, A. Poe, Auster, Kazka, Federico Fellini y la ambigüedad del mundo. Cuando nos dimos cuenta estaba entrada la tarde, así que decidí invitarla a visitar algún otro rincón de Valencia.

-Oye. ¿Te apetece tomar una copa?
-Estupendo, vayamos.

Nos adentramos por las estrechas calles del centro de Valencia y pasamos por la puerta de un pequeño restaurante. Ella se paró delante de una enorme carta de vinos y grito emocionada:

-¡Aquí!
-¿Quieres entrar?
-Por favor, deseo una copa de vino español.
-Claro, me parece perfecto ¿Pero porque vino?
-¡Porque en el vino esta la verdad!
-¿Ah si?
-Pues sí
-¿Y cual es esa verdad Fabiola?
-La verdad es… que desde que te vi, no he podido dejar de mirarte. Es como si te conociese de toda la vida. Y tus ojos… Tus ojos son como un enigma el cual debo descifrar…
Hubo un silencio.
-Luz…
-¿Si Fabiola?
-In vino veritas ragazza.
-Ja ja ja ja ja ja
-¿De que te ríes?
-Es curioso…
-¿Qué es curioso?
-Te recordaba más alta.

Y allí, cogidas de la mano, las calles de Valencia se fueron fundiendo en un atardecer rojo como el vino tinto y desde un balcón próximo, un gato de ojos amarillos, nos observaba entre sonido de violines salidos de una de las sinfonías de Nino Rota.

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