5 de septiembre de 2005

Arrugas y barbas.


Fueron tantas las noches,
que nombre a todos los demonios
por permanecer encerrada
en una posada de arrugas y barbas.

Castigada sin correr y saltar,
sin poder crear obras de arte en las paredes
con mis lápices de colores.

Enfurecía cuando me mandaban callar.
Sus grandes orejas no sabían apreciar
esos hermosísimos temas,
en los que el sol se enamoraba de la luna
y siempre había un final feliz allá en el cielo.





Millones de veces
quise ser tan alta como la luna.
para mandar en esa casa
como lo hacia el abuelo.

Y obligar a llenar la nevera
de caramelos de fresa y nueves de azúcar.
Hacer casas de muñecas con las verduras
y vestir con faldas a los lenguados.

Ellos creían ser tan sabios...
Pero no entendían lo que les contaba,
demasiadas preocupaciones
para mostrarle interés a un palacio de cartones.




Eran los piratas de mi isla,
y luchaba contra ellos
impidiéndoles aborda mi barco de cuatro patas.
Y luchaba contra ellos
para proteger mis tripulantes de peluche.

Volvía a enfurecer con sus gritos,
cuando llenaba el salón de zapatos del 42...
Y mis muñecos se ponían tristes
por haberse quedado sin descapotables.

Jure con una mano en el corazón
y otra sobre el libro de los tres cerditos,
que jamás seria como ellos,
que jamás me convertiría en el villano de mis cuentos.




Pero, esos villanos se volvían dioses
cuando despertaba en medio de la noche,
por culpa de una fea pesadilla.

Cuando lloraba desconsolada
porque el día se volvió negro.
Y mi caballero de pelo blanco
corría hasta donde me encontraba
iluminando de nuevo el día.

Cuando las arrugas no eran algo feo,
sino un juguete delicioso
del juego de mis caricias.

Cuando conseguían el bote de chuches
de lo alto del mueble,
ese lugar tan inalcanzable para mi.
Y llenaban mi cara con una enorme sonrisa.

O cuando me alzaban hacia el cielo
y me hacían surcar los mares volando
como si fuese el mismísimo Piter Pan.

Entonces no maldecía sus gritos,
ni sus caras feas, ni sus riñas.
Deseaba volver aquella posada
de arrugas y barbas,
en la que yo era la princesa
y ellos las estrellas que me observaban.

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