Afuera llovía a cántaros. Dentro, la primavera se adelantó, sentí el calor. En el arcén, madre y hermana marchaban, mas no daban la espalda. Felinas diosas de risueños bigotes, compartían nervios de ésta joven insensata, hambrienta de aventura. Comenzó el viaje con la luna como aliada. Pasos de gigante, vacía la maleta y tan lleno mi equipaje. Tras el cristal me hablaba la lluvia, yo le sonreía; ¿Miedo? ¿Quién dijo miedo? Ya no sería la misma, eso era cierto, pero nada importaba, sólo dos palabras: atardecer, Alhambra…
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