Esa tarde había quedado para no hacer nada y acumular grados de alcohol en sangre con “Los caballeros melancólicos”. Solía llamar así a un par de amigos algo más mayores que yo y a los que conocí en el verano de 2010. Me gustaban en cantidades exactas, pero de maneras muy distintas. Y era difícil negarlo, me apasionaba pasar tiempo con ellos. Las tardes se convertían en el oscuro mundo de poetas malditos, romanticismo clásico, miradas perdidas, conversaciones banales de sabor agridulce y trasfondo con trasgo. Atenta y risueña intentaba comprender y en ocasiones digerir las ingentes cantidades de notas y letras musicales desconocidas para mí pero que ellos me ofrecían como presentes. Las confesiones no nombradas que compartían conmigo, los miedos desahogados o ignorados que exhalaban sus ojos y que yo pretendía siempre leer entre líneas. Hasta los silencios se me antojaban atractivos y me sentía como una druidesa repasando sus oraciones en un santuario Celta. Poco a poco y sin saberlo se convirtieron en un revulsivo vivo entre toneladas de carne muerta.
Poco a poco, la vida quiso ponernos a caminar por caminos distintos, tan cerca y a la vez tan lejos, pero es aún hoy, que de vez en cuando surgen en mi mente y resuenan en mi corazón. Qué genios dramaturgos, ancargeles con alas rotas…
Pero es aún hoy, que las imágenes de aquellos días de verano compartidos, aparecen caprichosos en mi memoria, creando momentos jamás vividos, pero creados en mi imaginación...
Eran las 19:17 de un jueves de invierno y las calles del Carmen se estrechaban a nuestro paso. Hoy jugamos en mi cancha, pensé. Caminábamos juntos y en silencio pero ligeramente separados. Miré a derecha y a izquierda y me encontré con el sonido de sus pensamientos que tintineaban dispares en sus cabezas. Suspiré mientras esbozaba una sonrisa. Alargué mis brazos y los enredé con los suyos acercando sus cuerpos hacía mí. Aquel eterno silencio se rompió cuando dije:
-No sé vosotros pero yo no tengo ninguna gana de volver aun a casa, ¿Qué hacemos?
-Morirnos – Respondió Joe, mientras que de Vladi tan solo salió una silenciosa risa que agitaba su pecho y tímidamente su barbilla.
-¡Vale! Muramos, sí, pero que la muerte nos alcance con una copa en la mano.
-Pues usted dirá señora bruja, que es quien conoce estos barrios.
-Pues hombre, conocer, conocer, lo que se dice conocer…En realidad no me conozco ni a mi misma… Pero vamos, podríamos ir a Ca Matilde pero está muy lejos… Mmmm… No sé…
-Entremos ahí mismo – Dijo Joe al ver un bar de mala muerte, oscuro, sucio y con el letrero luminoso iluminando tan solo la mitad de las letras que daban nombre al tugurio.
-¿Ahí? – Repuso Vladi añadiendo – Que poco glamour, yo solo voy a sitio de señores…
-¡Ya estamos con el aspirante a señor! Si Bunbury fuese asiduo de este antro seguro que desearías entrar y hasta lamerías el suelo por donde ha pasado…
-¡Uy si claro!
Yo reía y me sentía feliz al estar entre las cariñosas disputas de estos dos individuos. Y entre risas, empujones y barbaridades verbales, sin apenas percatarnos nos encontrábamos dentro de aquel cuchitril desaliñado. Pedimos tres birras por inercia y justo cuando Joe fue a proponer un brindis exclamé:
-¡Espera, espera! Unos chupitos, ¿No?
-Uff ¿De que?
-Ya veras…
-Jajaja, Mmmm… Ya lo tengo… ¡Absenta!
-No, no…
-¿Absenta? Pues si absenta quiere la señora, absenta tomaremos…
Me acerqué al camarero incorporándome en la barra y exclamé con una sonrisa que achinaba un poco mis enormes ojos:
-¡Perdona! ¿Puedes acercarte un momento?
El camarero se acercó y yo, con sonrisa picarona, como cuando una niña está apunto de hacer una travesura, y le gusta, le sugirió al joven psicólogo de barra, que si tenían ausenta.
El camarero sonrió, y dijo:
-¿Tres?
- Que sean cuatro. Respondí coqueta.
Mientras que el camarero preparaba la dosis de evasión terrestre, Joe se encendía un cigarro y como quien lee una mente en blanco, dónde nada hay escrito pero todo se entiende, me ofreció otro.
- Si yo no fumo negro… ¡Qué leches! Hoy sí, hoy me fumo el aire.
No hablábamos, no era necesario, nuestros ojos y nuestro cuerpo, tan solo movido por la vibración del ambiente, lo hacía por nosotros.
- Ahora sí, venga chicos.
- Arriba, a…
- Esperar, esperar. Un brindis. Brindemos por…
- Las mujeres, que sois muy malas…
- Yo iba a decir por los nuevos amigos y por la magia.
-Y por la música.
- ¡Eso!
- Y por el kaos...
-Jajaja, vale, y por el kaos…
- Por los robots sin corazón…
- Y por la chica más mística del pueblo…
- Ohhh
- Por la música
- Sí, por la música también.
- Y por la amistad.
-Arriba, abajo, afrento y…
Cuando el brebaje de dioses desterrados comenzó a quemar húmedamente nuestras gargantas, de fondo, comenzaron a escucharse las primeras notas de una canción, más conocida para unos que para otros. "Uuuh uhhh, uuuh… en mi celda acolchada tienen mi cabeza vendada, me espera una sesión de electrosock…"
Sin duda alguna, era el principio de la noche, una gran noche mágica, para los nunca, olvidados.
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